Imagine que se come una torta de chocolate y que su nivel de azúcar en la sangre aumenta. Imagine también que, en la misión de canalizar adecuadamente ese pico dulce, un departamento de su cuerpo está haciendo su mejor esfuerzo para procesarla y otro departamento ni se inmuta. El páncreas segrega insulina (la hormona que ayuda a organizar los niveles de glicemia: el “azúcar” presente en la sangre) para que esa glucosa pueda penetrar en las células, nutrirlas y energizarlas. Sin embargo, si el organismo se resiste a los efectos reguladores de la hormona por fallas en esos receptores “porteros” presentes en las células, el páncreas tenderá a producir más insulina para tratar de equilibrar la situación, así sea por la fuerza.
Se habla de hiperinsulinemia cuando los niveles de insulina en la sangre son excesivos con respecto a la cantidad de glucosa que se consume. La causa más común de esta condición es la resistencia a la insulina. Aunque esta dinámica alterada no es sinónimo automático de un cuadro de diabetes, eventualmente pudiera conducir al desarrollo de una diabetes tipo 2, pues un páncreas agotado podría dejar de darse abasto para producir la cantidad suficiente de insulina en su esfuerzo desesperado por regular la glicemia.
En algunos casos, hay niños que nacen con este trastorno por una mutación genética. Ante una hiperinsulinemia congénita tienden a aparecer episodios regulares de hipoglicemia (bajas de glucosa en la sangre), que en los pequeños se reflejan con poca energía, irritabilidad y dificultades para comer, y que inclusive pudieran llegar a provocar convulsiones, dificultades respiratorias y daños cerebrales si esa condición no se detecta y controla. En adultos, el sobrepeso es una de las causas más comunes de resistencia a la insulina y, por ende, de la hiperinsulinemia. Este trastorno también está asociado a la hipertensión arterial, las alteraciones de los lípidos en la sangre y la ateroesclerosis.
¿Cuáles son los síntomas? La hiperinsulinemia podría no causar síntomas significativos, pero se ha relacionado con ganancia de peso, hambre intensa y frecuente, dificultades para concentrarse o motivarse, cansancio y sensación de ansiedad. Se diagnostica con exámenes de sangre, que evalúan cómo está funcionando ese mecanismo de producción y compensación entre la glicemia y la insulina.
Por lo general, el problema se trata con un conjunto de medicamentos para estabilizar la producción hormonal, actividad física –no solo para estabilizar el peso, sino para estimular una mejor sensibilidad de los receptores de la insulina– y orientación nutricional para implementar ciertos cambios en la dieta: se recomiendan alimentos ricos en fibra –frutas, vegetales, cereales y granos enteros, que promueven la estabilidad de los niveles de glicemia– y moderación en el consumo de carbohidratos procesados y azúcares simples, que tienen un alto índice glicémico: refrescos, mermeladas, galletas, tortas, chucherías y otros alimentos ricos en almidones: pastas, panes, etc.
El objetivo es evitar que la glicemia se dispare fácilmente y que el páncreas no active a cada rato su reacción exagerada. También se necesitará un control médico regular para evaluar el impacto del tratamiento y asegurarse de que la condición estará controlada.
Fuente: El Nacional